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17-10-2014
Hoy se celebra el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, con el lema "No dejar a nadie atrás: pensar, decidir y actuar juntos contra la pobreza extrema".
Este lema es casi casi un trabalenguas, la suma de muchas ideas en una. Aunque es cierto que resume lo que se necesita para combatir la pobreza extrema.
El trabajo de Humana se basa en el ideal de que una vida digna y autónoma es un derecho humano; por ello luchamos hombro con hombro con las comunidades más desfavorecidas para que puedan alcanzar ese derecho. No es una idea nueva, puesto que es la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el documento fundacional de la ONU, firmada por primera vez en 1948. Un objetivo hermoso y alcanzable; casi 70 años después, estamos en el camino para lograrlo.
Muy lentamente, los gobiernos están advirtiendo de que el crecimiento no sólo puede ser económico; las empresas se están dando cuenta de que el beneficio no debe está por encima de todas las cosas; los ciudadanos están dispuestos a pagar un poco más por aquello que se ha producido de forma amigable con el planeta y con las personas.
2.500 millones de personas viven con menos de 1,5 € por día
Pero aún nos queda mucho más por hacer. Todavía hay 1.000 millones de personas en todo el mundo que no tienen acceso a las formas más básicas de saneamiento. Las niñas y las mujeres todavía no gozan de igualdad de derechos o autonomía en decenas de países. 2.500 millones de personas siguen viviendo con menos de 1,5 € por día.
Sumidos en nuestro día a día, es fácil no pensar demasiado en las personas que viven sumidas en la pobreza. En la mayoría de las ocasiones, dejamos el trabajo de "salvar al mundo" en manos de nuestro gobierno, de las Naciones Unidas, y del equipo humano de diversas organizaciones no gubernamentales, que demuestran su tenacidad y empuje con su trabajo diario, aquí y sobre el terreno. Pero nosotros, como ciudadanos, tenemos un gran papel que desempeñar en la lucha contra la pobreza. Elegimos lo que compramos, a quién se lo compramos y la manera en que consumimos.
Tenemos que cambiar la forma en que vivimos. Aquí en el Norte, hemos adoptado una cultura que dice que nuestro valor proviene de lo que tenemos. Es una cultura insostenible que supone un alto coste medioambiental y social que nos separa de nuestra propia humanidad. Se dice que el lugar en el que naces - un factor que ninguno de nosotros controla - determina si podrás o no disfrutar de tus derechos más básicos.
Un sistema que podemos, y debemos, cambiar
En nuestro día a día, podemos preguntar en los comercios en los que hacemos la compra de dónde procede los alimentos y cómo se han producido. Podemos elegir productos de comercio justo o certificados con sellos como el de Rainforest Alliance. Podemos ser más conscientes de nuestra huella de carbono. Podemos consumir slow fashion. Podemos preguntarnos si vamos a consumir toda esa mantequilla del recipiente grande que sólo es 20 céntimos más caro que el pequeño. Podemos comprar prendas second hand que están en perfecto estado y son similares a las nuevas. Podemos exigir que los fabricantes de teléfonos inteligentes actualicen sus sistemas operativos de manera que no tengamos que adquirir nuevos smartphones cada poco tiempo.
Es cierto que no todos podemos trabajar en cooperación o donar millones de euros a una causa. Pero podemos hablar de la pobreza y sobre cómo gracias a nuestras decisiones aquí podemos tener impacto positivo sobre las personas que con su trabajo producen lo que consumimos.
Cuando un gran grupo de personas, nacido de la suma de las decisiones individuales para tratar de mejorar el mundo, decide pasar a la acción, es posible conseguir un cambio real y sostenible. Independientemente de las ideas políticas, si todos y cada uno ponemos la energía necesaria, lograremos este cambio. Si somos capaces de variar nuestro estilo de vida haciéndolo más amigable para el Planeta, podremos conseguirlo.
Por lo tanto, vamos a pensar, decidir y actuar juntos contra la pobreza extrema, y no dejar a nadie atrás.